Dos empleados del Casino dijeron haber sido sorprendidos por extraterrestres, en agosto de 1968, en el oeste de la ciudad. A 40 años, uno de ellos insiste en la teoría del encuentro con seres de otros mundos. Nunca se pudo probar nada.
Hace 40 años -exactamente el 31 de agosto de 1968- dos pagadores del Casino contaron haber sido sorprendidos por extraterrestres cuando se desplazaban por una entonces poco habitada zona de la 6ª Sección de Capital, en dirección al domicilio de uno de ellos.
El relato de la “experiencia” vivida en ese encuentro del tercer tipo con seres de otro mundo tuvo tanto o más centimetraje en diarios, revistas y libros y difusión en radio y televisión, que la obtenida meses después, pero en el mismo año, la pelea del título mundial de Nicolino Locche en Japón frente a Paul Fuji.
En la madrugada, relativamente fría de ese fin de agosto, los protagonistas del caso, Juan Carlos Peccinetti, en esa época de 25 años, y Fernando José Villegas, de 29, empleados de la casa de juego provincial, afirmaron haber sido sorprendidos por un ovni, mientras circulaban por la calle Neuquén, casi Laprida, en el oeste de la Capital, cerca de Boulogne Sur Mer.
Marchaban en el viejo automóvil de Villegas, que según unas crónicas era un Chevrolet 1934 -pero, de acuerdo al dueño del vehículo, el propio Villegas, un Rugby de 1928-.
Era sábado y al otro día Los Andes y más tarde el vespertino El Andino dieron la noticia con grandes titulares. “Dos hombres coinciden en que hablaron con extraños seres que bajaron de un ‘platillo”, anunció en página 4 el decano de la prensa cuyana el 1 de setiembre.
Con el tiempo se impuso la hipótesis de que todo fue una broma pesada, urdida probablemente por Peccinetti, junto con otros cómplices para jugarle una mala pasada al otro dependiente estatal, de carácter pasivo e impresionable.
Sin embargo, hoy, cuatro décadas después, Peccinetti, de 65 años, desmiente categóricamente y serenamente, que se hayan fraguado los hechos o haber caído en las redes de una confabulación. Repite que el encuentro con los marcianos (o lo que fuesen) fue real (ver aparte). Su amigo, en cambio, guarda un recatado silencio.
El suceso, o el montaje escénico si es que se apeló a ese recurso, dio lugar a un sinnúmero de pericias oficiales y estudios de entidades que investigaban el fenómeno ovni. Se generó un voluminoso expediente judicial, y no hay que perder de vista que era una época de gobierno de facto, en el que cualquier asunto fuera de lo normal podía interpretarse como una alteración del orden. Juan Carlos Onganía mandaba en el país y el general José Eugenio Blanco en la provincia. Las crónicas de la época señalan que los dos amigos iban sin problemas en dirección al barrio Cano, alrededor de las 3.30. En calle Neuquén, antes de Laprida, el coche se detuvo, y a los pocos segundos los ocupantes quedaron inmovilizados por cinco humanoides, que les transmitieron mensajes inteligibles, les efectuaron punciones en los dedos y realizaron extrañas marcas en la puerta izquierda del antiguo rodado.
También narraron que hubo una explosión previa y haces de luces enceguecedoras. Los extraterrestres, según la exposición de los pagadores, habían llegado en un objeto lenticular de unos 5 metros de diámetro.
“Tres de los seres nos rodearon y comenzaron a transmitirnos mensajes, mientras otros dos permanecían junto a la nave. No hablaban como seres humanos, pero lo percibíamos como si nos hubieran introducido en las orejas unos diminutos altavoces a transistores. Resonaban dos conceptos: no temer, no temer”, relataría por aquellos días Peccinetti a este matutino.
Escaparon, pidieron auxilio en la guardia del Liceo Militar y alguien los llevó luego al Hospital Militar y más tarde al Lagomaggiore. Comenzaría de esa manera un largo proceso de investigación, con una repercusión mediática de grandes proporciones para esos tiempos.
Experiencia real, imaginada o fábula urdida, la Policía juntó evidencias y la Justicia se hizo cargo a través del juez de instrucción Jorge Marzari Céspedes (ya fallecido). Hasta la Fuerza Aérea nombró un perito, tarea que recayó en el teniente Luis Cunietti, de 27 años.
“Nosotros actuamos -contó el hoy vicecomodoro retirado Cunietti (67)- en el marco de la Junta de Seguridad Aérea, que tenía que proceder ante cualquier posible invasión del espacio aéreo argentino. Mi conclusión fue que todo había sido fraguado. Las inscripciones se hicieron con un pirograbador y ciertas partículas encontradas en el pescante del auto eran bolitas de mercurio, y así muchas cosas más”.
Los organismos intervinientes se decidieron por el fraude, pero los dos empleados y su historia accedieron a las páginas de los diarios provinciales, del país y el mundo. Se ocuparon las principales revistas de la época, como Gente y Siete Días y los dos muchachos fueron invitados especiales a los famosos “Sábados Circulares” de Pipo Mancera.
La trascendencia cruzó las fronteras y la experiencia de los agentes del Casino con los marcianos llegó al exterior, con repercusión en España, Inglaterra y Estados Unidos.
El humorista Carlos Basurto inventó, a propósito del caso, un eslogan que se apoyaba en la tradicional imagen de la provincia: “Mendoza, la tierra del sol y del buen... ovni”, decía la tira cómica.
Por qué lo hicieron, si es que lo hicieron, nadie lo sabe y los que vivieron (o desarrollaron) el episodio guardaron el secreto bajo siete llaves. El periodista y escritor porteño Alejandro Agostinelli, que investigó el evento, asegura que localizó la fuente de inspiración del posible autor del fraude y lo contará en un libro que está al salir .
De los dos protagonistas de este episodio casi de ficción, Villegas sigue trabajando en el Casino (en el departamento de Capacitación y en la sección de Ludopatía). Con casi 70 años, casado y padre de cuatro hijos, con nueve nietos, no quiere saber nada ni recordar la madrugada de hace cuatro décadas.
“Lo que ocurrió no me trajo nada bueno en mi vida, es como si no hubiera pasado, tengo en blanco mi mente”, le dijo escuetamente al cronista de este diario.
Inclusive es más condescendiente con el recuerdo de su paso por el campo de detención La Rivera, en Córdoba, donde estuvo arrestado en tiempos de la dictadura, a consecuencia de su militancia gremial. “Allí pude morir, porque pasé seis meses como preso clandestino, hasta que me blanquearon”, señaló vía telefónica a Los Andes.
domingo, 31 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)